Poesías

Con crueldad torturado, y sin premura,
es perseguida tu muerte en la faena.
Observarte humillado, cuánta pena:
Vergüenza nacional tan vil tortura.

Sólo para mí, el campo no es alegre promesa.
Sólo para mí, sus flores no son radiante verbena,
pues los truncados arpones en mi carne harán presa,
y los hierros irán desgarrando mi piel de seda.

Animal maltratado
que cae en el olvido.
Apelo a la paz y a la justicia
para acabar con tan triste escena.

Elevaré mi voz para pedir que se acabe,
que a las cinco se paren los relojes y pueda así
renacer el brillo negro de su mancillada casta.

A ti, astado agonizante,
que amortajado en sangre tiemblas en la arena, sangrando relámpagos tu chispeante corazón apasionado.
A ti que tus amorosos ojos cubrieron de carne,
vida y luz la calavera del mayoral:
Tu inocencia es su astucia.
Tu amor, su guadaña.

Vayan sonriendo muriendo de miedo,
con su banderilla los banderilleros.
Por Ángel Padilla

 

 

MUERTE EN LA ARENA

SÓLO para mí la Primavera no es bella,
ni me anuncia que la vida se renueva,
ni que tendré amores..., ni esperanzas, pues en ella,
comienza mi holocausto en las arenas.

Cuando duerme la noche, me auguran las estrellas,
que pronto no volveré a oler la hierbabuena,
pues seré encerrado entre maderos y piedras,
hasta que suene el clarín de la Plaza Nueva.

Sólo para mí, el campo no es alegre promesa
Sólo para mí, sus flores no son radiante verbena,
pues los truncados arpones en mi carne harán presa,
y los hierros irán desgarrando mi piel de seda.

Mientras los hombres, mis hermanos, apagarán sus querellas
aplaudiendo mis despojos, y celebrando una extraña Nochebuena,
en la que mi sangre debe lavar las huellas,
de los demonios que dominan sus vidas internas.

Sólo para mí, dicen, la gloria está en la muerte cruenta.
Sólo para mí, dicen, la tortura es noble y buena.
Sólo sufriendo yo, dicen, son alegres las fiestas.
Sólo mi cuerpo acribillado, dicen, representa a la España eterna.

LA FIESTA NACIONAL

TORO de lidia que abatido
derrama sangre por el camino.
Espectáculo innoble
y asesino.

Animal maltratado
que cae en el olvido.

Apelo a la paz y a la justicia
para acabar con tan triste escena.

En la plaza agonizas
y asfixias,
caes sin doblez
mientras el público goza
con el sufrimiento.

¡Triste ser el hombre
que disfruta con el dolor ajeno!

Al final, todo acaba.
Llega el silente
aroma de la muerte.

Juan Azpitarte Rousse “Gerekiz”,
 

A GOLPES DE ACERO

NO olvidaré el dolor
ni la sangre unida a su sufrimiento
ni lo cobarde de una espada que se esconde bajo un capote
ni lo despiadado de una muerte cruel, lenta, agonizante...

Elevaré mi voz para pedir que se acabe,
que a las cinco se paren los relojes
y pueda así renacer el brillo negro de su mancillada casta.

¡Pobre toro tan manido! Si nos acercásemos a ti
guiados por los auténticos compases del corazón,
sabríamos de lo infame de tu dolor,
de lo macabro del hombre que hace humillarse, postrarse ante él,
a un animal por su mano malherido.

No es suficiente su sangre, su angustia,
se necesita recrearse en su muerte,
arrancarle sus miembros, arrastrarle por la arena,
profanar su despedazado cuerpo cuando todavía se oyen sus estertores.

Grabaré en mí tu cuerpo altivo,
tu imagen agonizante aferrada a un hálito de vida,
aun sabiendo que no habrá nada digno ni humano en sus lances.

Te veré velado por las lágrimas que los aplausos arranquen de mi rostro
y volará mi alma para acariciar tu último aliento
cuando tú ya sólo esperes del hombre, la clemencia de la muerte.

Se apagaron las voces, vuelve el rumor del silencio,
se abre el cielo clamando por tu dolor y miles de lamentos.
¿Quién podrá borrar de la arena la huella de la infamia que dejaron tantas tardes?   

Nadie, mientras sigamos dirigiendo en inocentes nuestras culpas.

 Ana Brotóns, Pro Dignidad Humana

 

 

FIESTA DE SANGRE
(Soliloquio del toro)


ES bella la tarde, y aún languideciendo,
viste de fiesta: se va a representar
tragicomedia corrida de toros,
reconocida Fiesta Nacional.

El público llena la plaza de toros:
hay hombres, mujeres, jóvenes y viejos,
también hay niños, todos muy ansiosos,
que piden comience gritando a coro.

Por fin las trompetas imponen silencio,
anunciando el comienzo del primer tercio:
el portón se abre para dar salida
a un hermoso toro de color negro.

Después sale un hombre vestido de luces,
que observa al toro desde el burladero;
el público ruge de gozo y contento
al ver al valiente que llaman torero.

Y toro y torero, los protagonistas
del primer acto, que es el primer tercio,
enfrentan sus rostros, para desconcierto,
del hermoso toro de color negro.

- Pero, ¿qué hace este hombre con un trapo rojo
que acerca y retira a mi cara presto?
¿Por qué me provoca con esos saltitos,
con sus medias vueltas y su paseíllo?
¿Por qué se me acerca y vase huidizo,
y hace unos gestos que son tan ridículos?

Por fin el del trapo se va entre aplausos
y ahora se aproxima un hombre a caballo
que viene despacio, pues al noble equino
lo llevan al ruedo con ojos tapados.

Es hombre macizo, parece guerrero,
armado con pica y bien protegido,
que ostenta orgulloso su cómico atuendo,
que más bien parece de fiel escudero.

 - ¡Oh! ¿Por qué me amenaza con su agudo hierro,
que ya hunde en mis carnes sin yo preverlo?
¿Es esto un hombre? ¿Mi buen ganadero?
¿O una nueva especie de homo carnicero?
¡Qué raro es todo esto, yo no lo comprendo!

¿Por qué me han sacado de mi paraíso,
donde yo reinaba, comiendo buen pasto,
rodeado de vacas y siempre follando,
respetado por todos, y por los artistas,
que mi belleza siguen admirando?
¡Qué raro es todo esto, yo no lo comprendo!

Suenan las trompetas, allá en el tendido,
que ordenan doctores del arte taurino,
anunciando a todos el segundo tercio
de aquel espectáculo que llaman divino.

- ¿Y ahora este otro que viene corriendo,
y que me sorprende con largas puntillas,
que clava en mi lomo, sin yo ofenderlo,
y que si me muevo aún más me irritan?
El público grita, el público aplaude,
la extraña osadía de herirme las carnes
con las banderillas que me enfurecen,
pues yo confiado nunca pensaría,
que no respetara mis agudos cuernos
y aquel hombre hiciera tal felonía.
¡Qué raro es todo esto, yo no lo comprendo!

Aunque ya con sangre mi cuerpo cubierto,
el público ruge, loco de contento...

¡Ah, por fin ya creo que voy comprendiendo!
Es sangre que piden, están sedientos,
y mi rica sangre, que da vida al cuerpo,
quisieran beberla, cual del manantial,
que brota de heridas de mis carniceros.
Y en el tendido todos son cristianos,
que no se conforman con beber en copas
la sangre del Cristo que adoran tanto.

De nuevo trompetas imponen silencio,
anunciando ahora el último tercio,
que protagoniza el hombre de luces,
el hombre valiente, que llaman torero.

 Y con el torero llega al fin la muerte,
que lleva en la espada y esconde en el trapo,
para que aquel bravo y hermoso astado,
tiña con su sangre la tarde en que muere.

  - ¿Y ahora qué pretende con nuevas piruetas
de la que se asiste con su rojo trapo?
Parece burlarse de mi estado exhausto,
y cómplice el público le regala aplausos.

 ¡Ah, ahora ya comprendo por qué todo esto!
El por qué me han traído y por qué me han criado,
no para que fuese un gran semental.
Me criaron fuerte, me criaron fiero,
que fuera agresivo con el personal,
y a mis puntiagudos y fuertes cuernos,
afilaron sus puntas, cual si dos puñales,
que hieren o matan como un criminal.
Y al pueblo entretienen, como los romanos,
con pan y con circo, para aborregarlo,
y así no luchar por derechos humanos.

 ¡Oh, qué tarde al fin lo comprendo,
cuando ya sin sangre me siento deshecho,
tras las banderillas y pica de hierro,
y la gritería de un público zafio!

 ¡Ah, torero, picador, banderillero!
¡Si fuerais tan valientes por qué no vais
a mi hermoso campo donde estoy entero!

 Vayan allí a hundirme su agudo hierro,
y vayan sin caballos con ojos cubiertos.

Vayan sonriendo muriendo de miedo,
con su banderilla los banderilleros.

 Y que vaya el torero con su acero enhiesto,
y su trapo rojo, de engaños cubierto.

 Que vaya a mis tierras, allí donde reino,
rodeado de vacas, follando contento.

 Que vaya a provocarme con sus paseíllos,
con sus payasadas y vistoso atuendo.

 Que saque allí su espada, no le tengo miedo,
luchemos de frente en campo descubierto.

 Yo no tengo espada, sólo tengo cuernos,
vamos a luchar como dos guerreros.

 Que vaya solito, que allí yo lo espero,
que vaya sin fans, que gritan histéricos.

 Que vaya el torero, que es matador,
 a ver si me mata, si tiene valor.

  Aquí él me mata, con reglas injustas,
que dictan doctores de la tauromaquia.

 Y además le premian con oreja y rabo,
y como héroe que triunfó en la guerra,
por la puerta grande le sacan en brazos.

 ¡Que vaya, que vaya solito el bravo torero,
allí a mis tierras donde yo lo espero,
a ver si tiene de verdad cojones,
y acepta sin miedo mi reto sincero!

 Roberto Pría, Poemas Iconoclastas

 

TORO DE ESPAÑA

VISTE tu luto negro, toro de España,
que ya tus verdugos vistieron el oro-grana.
Olvida tu serranía y caricias de luna plata
que tienen armadas sus manos de espada.

Finge furor en mirada, toro de España,
que necesitan justificar tu matanza.
No pienses en capataces que amas,
cambiaron por dinero el pasto que te daban.

Oculta tu linaje y casta, toro de España,
antes que por arenas te arrastren mulas pardas
y no confundas las amapolas de tus prados
con las caras rojo-vino que llenan las plazas.

Grítales desde tu terrible agonía, toro de España,
que con tu muerte se encanallan,
que no hay gloria, honor y hombría
cuando en cuadrilla burlan y asesinan.

Los que de verdad te amamos, toro de España,
lloramos a las puertas de las mil maestranzas
y pedimos a Dios que no nazcas,
que no merecen tal lujo los que contigo se ensañan.


 

Enrique Núñez, El gran depredador.
 

 

TORO   

TORO, qué valentía, qué bravura...
qué poderío muestras en la arena!
Indómito enfrentado a la condena
que te imponen en sádica cordura.

Con crueldad torturado, y sin premura,
es perseguida tu muerte en la faena.
Observarte humillado, cuánta pena:
Vergüenza nacional tan vil tortura.

Verdugos de colores, con su espada,
desgarran tus entrañas, llamando arte,
a esta viril cultura sanguinaria.

¡Qué lejos de tu dehesa y la manada
poderoso a la muerte has de entregarte
defendiendo tu casta milenaria!

Rafael Bueno Novoa, Poesía Urgente